Decrepitud
Decrepitud
Dícese del estado de la persona que, por
ser muy anciana, tiene disminuidas sus facultades físicas y mentales.
También es el estado de decadencia o
deterioro de una cosa.
Ambas definiciones son perfectas para evidenciar
el estado justo y real de mi padre y de su casa.
Él gruñón como el que más, tiene
notoriamente disminuidas sus facultades, las físicas y también las mentales.
No recuerda cosas del presente, cosas cotidianas,
pero parece tener buena memoria para recordar el pasado lejano.
Su cuerpo, menguado y arrugado, se
contractura y endurece para no dejar lugar ni a amplios ni a rápidos movimientos.
Vive en su pequeño mundo, dentro de su
comedor, con su tabaco y su mando de la televisión, ajeno al ritmo de la vida que
cruelmente lo va dejando atrás.
La casa y el jardín sufren del mismo
mal. Día a día pierden también facultades, sin cortinas en el comedor y con un
angosto jardín, sucio y desordenado, ya no brilla como antaño, cuando fue una
bonita y acogedora casa.
La rutina de mi padre empieza por la
mañana cuando lo despiertan, asean y le preparan el desayuno.
Después viene la sesión matutina de su más
fiel amigo, su sofá. Noticias y programas entretenidos en su fiel televisión, lo
distraen hasta la hora de comer.
Al mediodía toma el puré de turno y una
natilla de postre.
Luego, vuelta al sofá.
Por la tarde, el reloj marca el momento
exacto de cambiar el canal de televisión para enlazar un programa con otro. Siempre
desde el ángulo plano del sofá.
A la 19h se toma un vaso de leche con
miel y algo de colacao acompañado de una magdalena o un de trozo de bizcocho.
La última tanda de sofá será hasta las
20h aproximadamente.
En ese momento, se cierra la ensordecedora
televisión, la calefacción y todas las luces.
Ahora la sesión colorida y sonora de la
caja tonta, continua ya en la cama un ratito más.
La pena se apodera de mi alma al
reconocer en mi padre la maldita palabra de nombre Decrepitud.
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