Amarga Dulzura
Ese momento tan esperado de llegar a casa después de trabajar, tener
pocas cosas que hacer, cocinar cena para dos, recoger en un instante la cocina,
tener tiempo para echarme en el sofá, charlar con mi pareja, relatarle los
detalles del día, incluso poder llenar la bañera con agua caliente y sal y
relajarme media hora…
Suena bien. A mí me suena más que bien, sobre todo si los últimos 18 años
de mi vida no he tenido tiempo para mi ocio ni mi descanso.
Cuando nacieron mis hijas, primero una y a los dos años la segunda, mi
vida giraba en torno a ellas y este tramo del día del que hablo, al llegar de
trabajar por la tarde/noche, me ocupaba de ellas, que si bañeras, que si cenas,
papillas, algún biberón, luego mimitos y a dormir.
Más tarde, a estas mismas tareas se añadieron los temidos deberes. Hemos
pasado muchas horas las tres haciendo dictados, sumas, restas, divisiones y
multiplicaciones. También leyendo cada noche algunas líneas para practicar en lectura.
Posteriormente se complicó todo un poco más. Los deberes ya no eran
simples sumas o restas, ni caligrafías ni dictados. Eran libros de texto y
páginas y páginas por estudiar. Hacíamos esquemas estructurados de los temas y
mientras hacía la cena, preguntaba la lección.
Además llegaron también las actividades extra escolares, ballet,
voleibol, inglés, repaso de matemáticas…
Viviendo en un pueblo a 15 minutos de la capital, me vi obligada a hacer
de taxista al acabar mi jornada laboral. Viaje arriba, viaje abajo. Todo para
llegar puntuales a las actividades extra escolares.
Intercalando entre viaje y viaje, la compra al supermercado y recados
varios.
En el instituto más de un día a la semana, mis hijas tenían que llevar la
fiambrera con la comida para quedarse a voleibol. Eso implicaba que al llegar
tarde a casa, tenía que hacer la cena y también la comida del día siguiente.
Este ritmo cada día, año tras año, es agotador y muchísimas madres
llevamos esa carga totalmente en soledad, además de la casa, la compra y
trabajar 8 horas para un jefe. Poca gente es consciente de ello.
La gota que colma el vaso es padecer un síndrome de Sensibilización del
Sistema Nervioso, donde una de las manifestaciones más comunes es la fatiga
crónica y las migrañas.
En fin, un cuadro muy duro. Pero se hace. Se puede. Las madres aguantamos
mucho. Somos fuertes. A veces creo que somos máquinas.
Ahora tengo el nido vacío. Desde hace muy poco, pero ya siento sus
efectos.
El ‘síndrome
del nido vacío’ se refiere a la tristeza, el vacío,
la soledad, la melancolía y la ansiedad que experimentamos los padres cuando
nuestros hijos se marchan de casa. El sentimiento de soledad es el más importante y puede aparecer ante la ausencia de uno o varios
de nuestros hijos. También se produce una ruptura emocional y una pérdida de
influencia sobre ellos.
Es amargo. Para mí, muy
amargo.
¿No se puede tener todo?
Ahora que mi vida está cambiando, que podré descansar, recuperar mi salud,
tener tiempo para ocio… no podré estar diariamente con mis hijas. ¿Será el
precio a pagar?
Algunos me dicen que todo
tiene su momento y que ahora me toca descansar y vivir tranquila.
Un secreto:
Realmente dentro de mí
siento una Amarga Dulzura
O más bien una Dulce Amargura.
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