El Problema


Todo empezó cuando tú, mi princesa, tenías 11 años. Hasta esa fecha, todo entre nosotras surgía de forma natural, con mucha ternura y confianza.
A esa edad tuviste inquietud por saber cosas, sobretodo tus preguntas fueron sobre el divorcio de tus padres.
Te preocupaba no poder estar juntos los cuatro y que tu padre se había mudado a vivir a otra ciudad.
Me preguntaste directamente… y ante la dificultosa tarea de explicar a una niña multitud de razones por las que sus padres no estaban juntos, algunas difíciles y algunas muy duras, decidí quitarle importancia a tu preocupación y enumerarte las posibilidades que a partir de ese momento se te planteaban, al disponer de dos hogares.
Así mismo, te expliqué sin ahondar en ello, que tus padres tenían diferencias irreconciliables tales como incompatibilidad de caracteres y diferentes modos de ver la vida, circunstancias por cierto, que eran muy ciertas.
Las razones de mi divorcio son complejas y opino que solo comprensibles por una mente adulta y tú eras tan solo una niña…
Mi error fue no pactar con tu padre que dicha información te fuera facilitada cuando fueras mayor.
En cuanto le planteaste esas mismas preguntas a tu padre, él decidió explicarte los hechos, evidentemente desde su perspectiva.
El resultado fue evidente en poco tiempo. Tu mito, es decir, yo hasta ese momento, cayó en picado. La información que recibiste no fue objetiva y mucho menos fiel en todo, a la realidad.
Pero las palabras ya estaban dichas, de poco importaba que te colmara de atenciones como siempre, pues empezaste a rechazarme prácticamente sin darte ni cuenta.
A los 13 años, es decir, dos años más tarde, te trasladaste a vivir con tu padre, persona que pasaría a ser tu referente desde ese momento. Le hiciste poseedor de toda verdad absoluta y ni nadie ni nada podría cambiar eso.
Quiero aclararte hija, que en ese momento hice una de las cosas que creía más difíciles de mi vida. Que ingenua fui…
Te dejé partir haciendo de tripas corazón. Quiero que sepas que la ley estaba de mi lado. Eso quiere decir, que hasta que un juez hubiera decretado la custodia a favor de tu padre, hubieras tenido que vivir conmigo, teniendo o no voluntad en ello y siempre después de un largo proceso donde hubieras tenido que declarar en un juzgado.
Mi decisión de dejarte ir, a contra corazón te lo aseguro, se basó en respetar tu decisión.
¿Cómo podía retenerte a mi lado si mis besos te molestaban, si no podía acariciarte, ni ayudarte con tus deberes ni mantener una conversación?
Decidí RESPETARTE.
Respetar ese sentir interno tuyo que te aleja de mí. Pensé que el tiempo nos ayudaría a construir mejor nuestra relación.
A partir de entonces nos vimos dos fines de semana al mes y un día intersemanal. Y así fuimos pasando dos años. Nuestra relación no había mejorado pero al vernos menos, yo tenía la sensación que nuestras diferencias estaban aminorando.
En realidad no era así y yo me estaba engañando.
Es más, esos dos años bajo otras influencias, han sido determinantes para acabar de destruir nuestra relación. El mismo odio que tu padre me profesa es el que tú me tienes a mí.
Hace unos meses la situación se volvió insoportable.
Ahora sí he tomado la decisión más difícil y más dura de mi vida y de la que todavía no conozco el alcance.
Te propuse suspender los fines de semana y la visita intersemanal durante un tiempo para reflexionar ambas sobre lo sucedido y descansar de esta situación tan dura.
De momento, el tiro me ha salido por la culata porque todo ha empeorado un poco más. En estos 5 meses te he visto 4 o 5 veces y no siempre he podido saludarte. Te observo y me faltas.
Ahora se me plantea nuevamente la posibilidad de regular oficialmente en un plan de parentalidad, nuestro régimen de visitas.
Vuelvo a firmar en ese plan de parentalidad nuevo, que sólo vengas cuando tu estés preparada... pero me asaltan las dudas.
¿Estoy haciendo bien?
¿Sería mejor pactar que vuelvas por casa aunque a ti no te apetezca?
¿Y si te pierdo para siempre?
Yo no te he abandonado hija. Te estoy dando la lección más dura de tu vida aunque también de la mía, soy consciente de ello.

Necesitas saber también la forma en que yo viví esos hechos que nos separan. Quizás merezco que oigas lo que tengo que decirte.

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