Una de cal y otra de arena


La vida sorprende por su variabilidad.
Nada puede darse por seguro, nada puede prometerse eterno. Parece ser todo fugaz y momentáneo.
Tanto que he extrañado y he llorado la ausencia de mi hija pequeña los últimos cinco años de mi vida, en el presente puedo verla de nuevo, conversar sutilmente con ella y hasta puedo besarla suavemente.
Con poca frecuencia y sin demasiada intensidad ni efusividad, pero, al fin y al cabo, puedo descubrirla, admirarla, oírla y puedo hasta conocer sus ideales y valores.
Es una nueva mujer que descubro en este presente.
Una mujer de mirada penetrante, muy independiente, de fuerte carácter, alta, bella, muy bella y positiva ante la vida.
Un pequeño acercamiento traducido en un gran gozo para mi dolido corazón.
Si bien, sigo sin ejercer de madre de ella. No cuento para nada en sus necesidades ni tan solo mis opiniones son escuchadas.
Para ella, su padre es la única persona a la que permite ejercer cierta autoridad y control sobre su vida.
Creo ser para ella, algo así como alguien cordial en su vida, con quien, en ocasiones, comparte alguna experiencia o encuentro familiar.
Por el contrario, ahora mi primogénita está viviendo en el extranjero muchas experiencias nuevas, ocupándose de ella misma, de sus necesidades y disfrutando a gran nivel.
Es satisfactorio verla tan resuelta con la situación, viviendo con más jóvenes que al igual que ella, anhelan una experiencia de libertad.
La extraño mucho; ella me conoce muy bien, entiende y respeta perfectamente mi forma de ser, mi condición y mi carácter. Sabe abrazarme y hacerme reír.
Pero ella tampoco me necesita.

Ahora yo me necesito en gran medida. Necesito de todas mis fuerzas y de todos mis sentimientos, sensaciones y ganas para ver la vida bajo un dulce y grato prisma.
Para darme estabilidad, sosiego, paz, tranquilidad y calma.
Dejar atrás tantos y tantos años de tristeza, de aflicción y de desconsuelo. Una veintena de años de mi vida, que justamente han consumido eso, un pedazo de mi vida.
Ahora renazco de mis cenizas, madura y tranquila, sabiendo quien soy, a quien quiero a mi lado, sabiendo defenderme, haciéndome respetar, valorándome, amando de verdad y esperanzada de poder dar valor y aprendizaje a mis hijas con mi experiencia.

La vida siempre me dará una de cal y otra de arena. La cuestión es encajar bien las paladas y dejar atrás el llanto, que, junto con la cal, forman una maldita mezcla que petrifica mi alma.

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