Al que fuiste un día
Al que fuiste un día
A ti, al que un día fuiste mi
alegría, mi esperanza, mi amor.
A ti, al que llenaste mi vida de
posibilidades y grandes enseñanzas. Con quién emprendí grandes aventuras y
grandes fracasos.
Con el que aprendí a crecer, a hacerme
mujer, a tener opinión propia, a madurar, a descubrir la maternidad, a sentirme
orgullosa… pero también con el que aprendí que mis errores se pagaban con tu
desprecio, que mis decisiones no debían
cambiar una vez tomadas por que eso significaba debilidad, aprendí que el vacío
emocional duele y aísla, aprendí a llorar por las noches, a refugiarme en mi
misma, aprendí a mendigarte por un beso, por un abrazo, aprendí a adaptarme a
tu forma de ver las cosas, intenté no ahogarme con tu frialdad…y finalmente aprendí
a mantener mi corazón quebrado, cerrado a ti.
Ahora no me quieres en tu vida, ni
siquiera quieres oír mi nombre. Seis años después de separar nuestras vidas,
todavía tienes la gran cobardía de sentirme con ira y odio.
Amigo mío, asómbrate con la
evidencia de que siempre estaré en tu vida así como tú estarás en la mía. Para
siempre seremos los padres de nuestras maravillosas hijas, y para siempre serás
mi primer marido y yo tu primera esposa.
Una vez más te suplico, aunque
ahora no desde la sumisión como antaño, que recapacites tu posición y tu
sentimiento tan frustrado para conmigo.
Nuestras hijas no necesitan ver el
desprecio asombroso con el que les hablas de mí. Para ellas somos sus lazos más
primitivos con la vida, somos sus creadores y deben entender que ellas son
fruto de un buen amor.
Debemos proporcionarles lo mejor de
nosotros mismos sin desprestigiarnos el uno al otro. Aunque las palabras ya están
dichas y el daño ya está hecho, te ruego a ti, al que fuiste para mí, al que todo
lo significó, que liberes a nuestras hijas del peso y de la duda sobre el amor
de sus padres, nosotros, y les des la tranquilidad de saberse queridas y
arropadas por un buen comienzo, por dos personas que se quisieron de todo
corazón.
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