A mi padre


Porque mi Azaña es limpiar tu nombre papá, ese mismo que tu solo estás manchando y haces mal ver.
En este presente, en el ahora, todos creemos conocerte bien, como el pesado, el decrépito, el solitario, el Rey de sus dominios, el irrespetuoso, el machista, el corto de miras, el anclado en el pasado, el vago, el mentiroso y el adicto.
Repito que mi Azaña es que cuando te marches papá, te podamos recordar por quién fuiste a lo largo de tu vida y no por quién te has convertido en tus últimos años, en el último tramo del camino.
Eres el segundo hijo de una familia muy desestructurada. Con un padre muy autoritario, machista y maltratador. Con una madre maltratada, que fue muy desgraciada al lado de su cruel marido; del que no pudo ni protegerse a ella misma ni a sus hijos.
Y así paso tu infancia y te hiciste mayor y decidiste entrar en el ejército. Desconozco si necesitabas probar qué era ejercer poder sobre alguien. El caso es que lo hiciste bien.
Lo hiciste muy bien papá.
Profesionalmente has sobresalido con muy buena nota en tu labor. Con mucho orgullo digo que tienes todas las medallas habidas al Honor en tiempos de Paz. Las tienes todas concedidas.
Eso te distingue de muchos, muchos compañeros tuyos militares, que ni siquiera las han olido.
Nos llevaste a vivir al Pirineo Aragonés. Allí pasamos los mejores años de nuestras vidas familiarmente hablando, y tu mismo, pasaste tus mejores años profesionales.
Más tarde nos ayudabas con los deberes, eso sí, no te ocupabas de nada más en casa, pero en aquella época eso era normal. Mamá no trabajaba fuera de casa y tu sí. Tenías estudios y eso propició que las matemáticas fueran más fáciles contigo, así como la geografía, tu gran punto fuerte.
Siempre tuviste muchos amigos, siempre fuiste muy dicharachero y divertido.
Nunca pasaste desapercibido allí donde fuiste. Amigo de tus amigos, honrado y fiel.
Has prestado dinero en multitud de ocasiones a numerosos amigos que te lo han pedido y que ganando lo mismo que tú, no llegaban a final de mes, casi siempre por mala gestión de sus propios recursos.
Te preocupó nuestra educación, escogiste junto a mamá, una escuela religiosa para nuestros primeros años, aunque eso supusiera un gran esfuerzo económico para el bolsillo de un Sargento raso.
Más tarde, nos llevaste a una reconocida clínica odontológica para ponernos ortodoncia y corregir nuestros dientes. Eran finales de los 80 y ya la ortodoncia, al igual que ahora, valía un riñón.
Nos enseñaste a administrarnos nuestro propio dinero, el que ganábamos durante los tres meses de verano trabajando en la costa y que nos duraba hasta Semana Santa del siguiente año.
Acogiste siempre en casa a muchos amigos y familiares, recuerdo bien las comidas, las cenas y las sobremesas alegres.
Hasta hace relativamente poco, has cuidado siempre de tu aspecto. Fuiste un chico guapo de joven y un señor agradable de más mayor. Te gusta vestir de color blanco en verano y siempre bien peinado y afeitado.
A temporadas has dejado crecer tu barba, o perilla, pero siempre bien recortada.
Es ahora cuando tu aspecto ha perdido mucho, en la misma proporción en que tú has perdido la ilusión.
Ahora no eres ni la sombra de quién fuiste papá.

Fuiste un hombre muy afortunado, un hombre que lo tubo todo:
Salud.
Siete mujeres maravillosas.
Una buena posición social y económica.
Una profesión que fue tu pasión.
Una vida confortable.

Por eso quiero que los que te conocieron entonces, recuerden y busquen en su memoria al que un día fuiste y dejen a un lado, al que ahora ven.
Se centren en tu trayectoria y no en tu final.
Una vez leí un cuento que decía algo así:
A veces, hay charcos en el camino de la vida donde uno cae y no puede salir, y se mancha de barro, y se lastima y se enfada porque resbala una y otra vez, y el mismo barro te impide salir y si sales piensas ¿para qué? Tan sucio y torpe no sirvo para nada.  
Pero el chico del charco, una vez fue ágil, corría por los caminos sin caer en los charcos, era capaz de saltarlos de una zancada y al hacerlo obtenía el reconocimiento de los demás.
Es muy fácil juzgar al prójimo y criticar lo sucio de barro que está ese chico y lo mal que huele a lodazal.
El gran acto de amor absoluto está en ver las zancadas que dio ese chico antes de caerse en el fatídico charco que le cambió la vida.
Hoy aquí, os pido compasión para un pobre chico que no lo supo hacer mejor, pero que tengo el absoluto convencimiento que nunca actuó con maldad.

Gracias papá.
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