El dolor de mi alma


Mi dolor es duro, de acero. Cubre gran superficie de mi cuerpo.
Inunda mi alma con su frío tacto.
Se acomoda rodeando mis vísceras, rellenando huecos y pegándose a mi piel.
Es macizo. Pesa mucho.
Me provoca contracciones en el estómago, retumbando en mi interior con ese ruido estridente que provoca el martillo golpeando al hierro.

En ocasiones, es de color rojizo, como si el acero ardiera.
Aparece en segundos y es capaz de instalar su armazón metálico en mí, recorriendo desde mi garganta hasta la parte baja de mi vientre.

Aparece cuando el desconsuelo se arraiga en mi alma. 

Lo sé porque de repente un pensamiento lo desencadena todo...

Se altera mi respiración, de momento me cuesta respirar, más tarde hiperventilaré. Mi mente se paraliza de golpe. Busco donde sentarme. Dejo lo que estoy haciendo. Solo intento respirar. Me ahogo.
Una daga se clava en mi estómago; otra entre mis dorsales y lumbares. Mis manos pierden fuerza y no puedo sostener nada entre ellas. Mis piernas tiemblan.
Todavía no respiro bien. Mi garganta me duele tanto que tengo que pellizcarme la piel para poder tragar saliva. Mis ojos se agrandan y miran en todas direcciones como buscando algo, a alguien, ayuda.

A partir de aquí todo se descontrola, llega el llanto, los lamentos, la respiración agitada, el mareo, el desespero, la aflicción.

Más tarde, después del pánico, llegará la calma. Pero traerá consigo unos agrios compañeros de fiesta; dolor de cabeza, abatimiento, desgana, pena y una gran tristeza.

Con el tiempo, gracias a interesantes libros, mucho esfuerzo personal y una buena dosis de sentido común, soy más capaz de quedarme en la primera fase. Es decir, antes del descontrol total y absoluto. Pero no siempre lo consigo.

En mi mochila de herramientas personales llevo ya muchas de las que echar mano para poder parar esos ataques de ansiedad y controlar ese dolor del alma:

-      A veces me repito alguna frase como si fuera una oración.
-  Otras veces sustituyo aquel pensamiento lo antes posible por un recuerdo agradable.
-      Incluso a veces lo sustituyo por un pensamiento inventado, como un deseo hecho realidad, algo que solo existe en mi mundo, en mi mente. Cualquier cosa es válida para salvarme en ese momento.
-      También me pongo música y canto en voz alta.
-      En ocasiones he rezado con toda mi Fe y con todas mis fuerzas.
-      A veces simplemente abrazo a un ser amado muy fuertemente y por un largo rato.
-      Cuando me es posible, salgo inmediatamente al exterior a respirar y si tengo la naturaleza a mi alcance, entonces mucho mejor. Observar los árboles, el cielo, el mar.

La naturaleza siempre es un buen analgésico.

Resultat d'imatges de alma

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