Infierno
Las personas como yo, con mi rasgo
de Alta Sensibilidad, tenemos tendencia a visitar de vez en cuando el infierno.
Aun sabiendo los riesgos, nos quedamos
en la sombra de las tinieblas un tiempo. Se nos hace inevitable. Un tiempo de
reflexión, un tiempo donde la pena nos inunda y nos cubre por completo. Nos regocijamos
en nuestros pensamientos más íntimos, en los que pensamos lo que nos hubiera
gustado ser, lo que hicimos mal, lo que podríamos haber hecho mejor, lo que
perdimos por el camino, lo que nos falta, lo que añoramos, lo que nos duele, lo
que nos rompe el corazón.
Una vez hemos volcado toda la pena,
somos capaces de salir de allí, somos más ligeros y volamos hacia la luz. De repente,
sentimos más paz, incluso sentimos alegría e ilusión de nuevo.
Algunas personas de las que nos rodean
y nos quieren, no entienden este proceso cíclico. Se afanan una y otra vez, en
ayudar y evitar con mucho esmero, que no entremos en el infierno. “El poder
está en ti” “Tú tienes la decisión de cambiar eso” “Solo tú puedes hacerlo”.
Con todo su amor, se dejan
literalmente la piel en reflexiones llenas de lógica para justificar que no
vale la pena entrar en el infierno una y otra vez…que es perjudicial y
negativo. Que es el inicio de una depresión.
Interiormente mi mente responde a
cada una de esas reflexiones hechas desde el amor incondicional: “ya lo sé, ya
lo entiendo, soy consciente. Gracias. Ya lo sé, ya lo entiendo, soy consciente.
Gracias”.
Las personas como yo, con mi rasgo de Alta Sensibilidad, como bien digo,
visitamos el infierno a menudo.
Cuando yo lo visito, solo necesito una cosa de ti; dame la mano muy
fuerte para saber que no estoy sola en las tinieblas.
Yo sola sabré cuándo y cómo salir
de ellas. Siempre lo hago.
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